viernes, 20 de junio de 2008

El caso del pasajero replicado

Corría el año 1990, año más año menos, cuando un día de verano en el trayecto Palma de Mallorca – Mahón (Mallorca y Menorca son las dos Islas Baleares de mayor extensión. Mahón es la ciudad donde está el aeropuerto de la segunda) se producía un hecho curioso. En el vuelo de las 7:30 constaba un pasajero llamado, pongamos por caso, Buenaventura Solís. En el siguiente vuelo también figuraba, y también en el siguiente, y así hasta siete veces de modo que se cubrían prácticamente todos los vuelos de la mañana. ¿Qué estaba sucediendo?

Buenaventura Solís trabajaba en el servicio de carga de maletas de una compañía aérea y tenía descuentos para todo tipo de vuelos. Tanto en vuelos nacionales como internacionales no pagaba más del 10% del precio de venta del billete. Como pueden suponer, invertía todos sus días de vacaciones en viajar y, en cosa de dos años, se había recorrido medio mundo.

Pero, además, Buenaventura era generoso con sus amigos. En aquel tiempo no se comprobaba la documentación en los embarques aéreos. No hacía falta tratar a unos padres de familia acompañados de sus hijos como si fueran militantes de la yihad islámica. En definitiva, que era un mundo más seguro. Pues bien, esta seguridad (y comodidad) es la que aprovechaba la familia de Buenaventura, sus amigos, diversos allegados y otra gente de confianza para viajar con billetes expedidos a su nombre.

Llegados a este punto de la narración, el autor tiene que manifestar que no conoce a la persona a que nos referimos y que, mucho menos, es familiar de la persona citada con el pseudónimo de Buenaventura Solís. En realidad este caso es inventado y nunca existió tal personaje. Y si alguien demuestra que existió, que seguramente será de modo falaz, debe considerar que lo que se cuenta ya ha prescrito.

Sigamos. En unos de sus ataques de generosidad, Buenaventura embarcó a seis amigos en un viaje a Menorca y no tuvieron problemas para despegar todos hacia la isla. El aeropuerto de Palma es todavía hoy un de los de mayor tráfico aéreo de Europa durante la temporada estival. Sin embargo, el problema se produjo a la vuelta, porque Menorca no era una isla especialmente turística y el aeropuerto de Mahón era entonces poco más que una sala de espera y una pista (con pocos vuelos al exterior quitado del enlace diario con Mallorca). El embarque se realizaba sólo desde dos ventanillas, atendido por dos personas. Claro está, cuando le llegó el turno al “tercer” Buenaventura (los dos primeros ya habían embarcado) el personal del aeropuerto se dio cuenta de que pasaba algo raro.

Ustedes tienen que imaginarse a cinco excursionistas, con sus mochilas, no demasiado aseados, en el centro de una terminal de aeropuerto prácticamente vacía, observados por personal de seguridad del aeropuerto y por otros empleados, que se comunicaban entre ellos por emisores de radiofrecuencia mientras los miraban con desconfianza. En fin, como el general Custer rodeado de indios. Por añadidura, la hermana menor de Buenaventura y su novio (¡el futuro cuñado!) estaban entre los excursionistas en espera de viajar.

Se produjo el momento fatal de tomar una decisión, puesto que por megafonía se requirió al señor Buenaventura Solís para que pasase por la ventanilla de embarque de forma inmediata. Ahora es el momento en que le dejamos a usted que piense qué habría hecho, teniendo en cuenta, por ejemplo, que la falsificación de documentos está penada y que la estafa también. Es improbable que la cosa pasara más allá de una multa, pero ahora mismo hay personas en nuestro país con antecedentes penales por importes inferiores a cien mil pesetas (600 euros).

1. ¿Qué va a decir el señor Buenaventura a la persona que le atienda en la ventanilla de embarque?

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